La pandemia ha traído espacios y tiempos nuevos
Entre sus efectos, a muchos nos ha dejado: menos trabajo, menos desplazamientos, menos socialización, menos recursos…
Y los viejos automatismos atacan sin pensar: ¡A llenar ese espacio/tiempo!
De actividades, de personas, de historias creadas por otros, de tareas rutinarias que parecen darles contención, que nos los muestran como si ya estuvieran cocinados, como si las antiguas recetas sirvieran.
Pero…
se trata de un tiempo nuevo, con su espacio correspondiente;
se trata de dejar que ahí crezca aquella semilla que la vida plantó; sin echarle encima escombros de otras construcciones ahora derruidas,
se trata de beber agua clara y girar la cara hacia la luz;
se trata de hacer trenzas de oro con la tristeza, el desánimo y el miedo, trenzas que llegan hasta la base de la torre donde estabas prisionero/a y te permiten correr en libertad.
En la propia semilla está solo la propia semilla…
Aunque en su información genética esté escrito el universo entero.
Ahora tenemos un terreno nuevo y es ahí donde uno puede actuar, con inteligencia y paciencia,
agarrándose fuerte con la raíz cuando llegan huracanes, asomando la nariz cuando cae mucha agua,
secándose al sol cuando escampa y tratando de crecer rectos con el soporte de la dignidad;
celebrando los frutos que esa semilla única puede dar
y poniéndole coto a las plantas voraces que quieren enredarse en tus ramas y ahogarte (no por maldad – una madre selva no es mala, es solo voraz).
Jardinero/a de tu propia existencia, disfruta de la labor, mete las manos y las raíces en la tierra y alza la vista al cielo. Allí es hacia donde vas.
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