Las 12 causas del miedo a hablar ante los demás.

Las 12 causas del miedo a hablar ante los demás

Las 12 causas del miedo a hablar ante los demás.

Me gustaría que hiciéramos un viaje en el tiempo, a través de nuestra infancia, adolescencia y edad adulta para ver cómo se fue construyendo, ladrillo a ladrillo, el muro que nos genera el miedo a hablar ante los demás con tranquilidad, sean unos pocos o muchos cientos.

¿Cómo hemos llegado a tener tantísimo miedo a…?

  • Hacer el ridículo.
  • Olvidarnos de lo que íbamos a decir.
  • Hacer visibles ante los demás los nervios y se den cuenta de que nos tiembla la voz o las manos, o que nos ponemos rojos o tartamudeamos.
  • Provocar risas o comentarios negativos. O simplemente que lo piensen.
  • A aburrir.
  • No tener la suficiente claridad y no nos entiendan quiénes nos escuchan.

En realidad es fácil entender por qué esto le sucede a la mayoría de las personas y por qué la ansiedad a hablar en público, es lo más mencionado cuando a la gente se le pregunta por sus miedos, por encima incluso del miedo a la muerte.

Érase una vez un(a) niño(a) como tú, descubriendo un mundo nuevo del que no conocía las costumbres. Tenía que irse adaptando poco a poco y con los primeros que se encontró fueron también los primeros en tener una influencia importante en su conducta futura:

1. La relación con los familiares más cercanos distorsiona nuestro autoconcepto

En ese entorno aquel bebé encontró protección y alimento. Creció y, por primera vez, se encontró con el miedo al rechazo. Algunas conductas suyas eran aplaudidas y otras reprendidas y, como es lógico, escondía las que no gustaban (que se fueron convirtiendo en su sombra) y mostraba más a menudo las que le alababan.

Esa adaptación, distorsionó su autoconcepto y creó los siguientes dos efectos (2. y 3.):

2. Se produce un deseo desmesurado de aplauso

Que es un ladrillo importante en ese muro que nos separa de los demás puesto que estamos demasiado pendientes de nosotros mismos.

Cuesta reconocerlo, pero el miedo escénico tiene mucho de Narcisismo. Uno está tan centrado en sus nervios y en la respuesta del cuerpo y la mente a esa situación que nos parece difícil, que es imposible que conecte con los que tengo enfrente.

Y también se desarrolla una:

3. Y una aversión exagerada al juicio de los demás

Creíamos que, si no les gustábamos a papá y a mamá (o a la persona que tuviera ese rol), nos expulsarían de la «manada» y eso implicaría la muerte y, por extensión, aprendimos a temer el juicio ajeno, y a perder de vista una realidad patente: es imposible gustar a todos. Aquel que lo intenta, no gusta a nadie.

En cualquier aspecto de la vida, nuestra forma de hacer o ser tendrá sus defensores y sus detractores. Si estos últimos los tomáramos como contraste, para aprender, en vez de tomarnos sus opiniones como un ataque personal, nos iría mucho mejor, pero lo tenemos muy arraigado.

4. Luego viene el colegio, en donde nos comparan permanentemente con los demás

Un sistema en el que te evalúan con notas, es una comparación constante.

Vivimos en un mundo en el que la competencia está cincelada en nuestro cerebro (de hecho, el pasatiempo mundial -el fútbol, claro- se basa en machacar al rival) y cuando todavía estamos muy tiernos, viene Doña Pura, la maestra que todo lo sabe, y nos compara con los demás, dejándonos a veces en ridículo. Y llega nuestra madre querida y nos habla de las buenas notas que saca el hijo de Pepita… y piensas tú: «Sí, y también tiene cara de gilipollas, pero de eso nadie dice nada.»

La mala leche probablemente forme parte de la sombra de la que hablábamos en el punto 1, que de vez en cuando sale de su escondite y pega alguna dentellada.

Demasiado pronto nos enseñan a compararnos con los demás y no nos damos cuenta de que, cuando hablamos en público, la cosa no va de nosotros (volvemos al Narcisismo), de hacerlo mejor o peor, va de que los que escuchan “reciban” algún regalo con tu intervención:

  • Un nuevo punto de vista.
  • La comprensión de algo.
  • Acceder a información recopilada y contada de forma que les resulte más fácil digerir.
  • Entretenerse
  • Replantearse algo…

No tiene que ver con la competición, sino con la cooperación. Comunicar no es otra cosa que poner en común. Y uno mismo es el único ser del mundo que puede aportar ESE punto de vista concreto y eso siempre puede enriquecer a los demás.

Cada uno de estos puntos es como un ladrillo que va haciendo crecer un muro que nos separa de los demás… y sigue haciéndose más alto porque, además de la competitividad, vivimos en un mundo con una gran influencia de la publicidad.

5. Existe una disconformidad generalizada con el propio cuerpo

La publicidad graba en nuestro cerebro como si fuera en piedra, el modelo de cuerpo perfecto: figuras anoréxicas o hipermusculadas, retocadas con Photoshop. ¡Vaya modelos!

En realidad, los modelos para hablar en público deberían ser:

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Y, como se puede apreciar en las fotos, unos son más gordos, otros más delgados, más guapos o más feos, pero su cuerpo es también una plataforma única desde la que mostrar su punto de vista. El nuestro también lo es.

Y por dentro las cosas tampoco ayudan mucho porque tenemos:

6. Una respiración poco ejercitada

La respiración nos ayuda a mantener la calma, hace vibrar nuestras cuerdas vocales y provoca el sonido de nuestra voz, con su timbre único que le da color y textura a nuestras palabras.

¿Cuánto tiempo hemos dedicado a educar la respiración? ¿Y la voz? Nos falta afinar el instrumento que nos sirve para comunicar.

Hasta aquí hemos revisado nuestro punto de partida, el estado de aquello que utilizamos para hablar ante los demás, tanto mentalmente como físicamente. Pero a eso hay que sumarle:

7. Falta de formación específica

Cada vez más en los colegios y en las universidades los alumnos tienen que exponer sus trabajos, por lo que cada vez llegan más preparados al entorno laboral, pero a nosotros no nos sucedió así y, por tanto, cada vez que nos tocaba hacerlo era un suplicio.

Y, claro, con esos nervios, nos salía “fatal” (según nuestro criterio, claro) y en los susurros de los demás, aunque hablaran del fin de semana, intuíamos que éramos el blanco de las burlas.

Por ello:

8. Tenemos la sensación de haber fracasado las veces anteriores

Falsos fracasos que nos pesaban, y que, en vez de suponer un petardo en tal parte que nos impulsara a desarrollar la técnica antes de la siguiente vez, nos sumía en un «come come» mental que no nos dejaba ni prepararnos ni enfrentar el tema con madurez. El camino que muchos tomaron fue el de la evitación, es decir, se convirtieron en expertos en poner excusas para no hablar ante los demás, con las evidentes oportunidades perdidas, tanto en lo personal como en lo profesional.

Porque hay que reconocerlo, en general:

9. Nos hace falta más tiempo de preparación y ensayo, pero vamos de cabeza…

Imagina por un momento a un actor que sale a escena sin saberse el texto. ¿Qué pensaríamos? Lógicamente, cuando uno conoce el tema, se prepara y ensaya, los resultados son muy superiores a si lo hacemos de cualquier manera. Pero parece que el mundo actual, en esto tampoco es el mejor ejemplo con los miles de tertulianos que hablan de cualquier cosa sin conocimiento de causa.

10. Si uno no practica, siempre tendrá falta de práctica

Y practicar no significa solo dar conferencias, o hacer presentaciones. Toda ocasión sirve: con los amigos, en la oficina, en clase… Mientras tú estés hablando y los demás escuchando, estás cogiendo experiencia. Darse cuenta de cuándo los demás prestan atención, qué cosas les interesan de nuestro punto de vista, qué detalles les aburren y les hacen perder interés… Si en vez de fijarnos tanto en nosotros, nos fijamos más en los demás, le sacaremos mucho más partido a esa práctica.

¿Pero qué nos sucede? Que:

11. Somos poco objetivos: nos juzgamos con excesiva dureza

Y muchas veces tiene que ver con cómo juzgamos a los demás.

He recibido tantas veces mensajes de: «No estuvo mal, me pongo un 7, aunque me preguntaron un montón y mostraron mucho interés» o «Me pusieron un 9 en la presentación, pero no me sentí del todo agusto»…

¡Un poco de benevolencia, por favor! tanto con uno mismo como con el resto. Y, ojo, eso no significa ser buenista, es importante reconocer áreas de mejora para prepararnos la próxima vez y para crecer como comunicadores, pero cuando se trata de una autoexigencia excesiva ¿no estaremos cayendo un poco en el punto del Narcisismo?

Y, para terminar:

12. Nos falta feedback objetivo y cualificado

Cuando alguien hace una presentación, o lee una poesía en clase, o da su opinión en grupo sobre un tema, todos dicen “Muy bien, muy bien”. O no dicen nada cuando no les ha llegado. Y eso no nos sirve de nada. Lo que ayudaría, es que nos dijeran lo que les ha producido nuestra intervención: Por ejemplo: «Me ha aclarado esto, o me ha hecho reír…» para que la persona sepa lo que produce, no cómo lo hace, que en realidad importa poco…

Como habrás visto, en función de los puntos con los que te hayas sentido identificado, todas estas cosas crean un gran muro entre uno y los demás cuando hablamos en público.

La buena noticia es que:

  • Eliminando los pensamiento limitantes
  • Con formación o ayuda técnica
  • Y con la práctica

[piopialo vcboxed=»1″]Es posible convertir el muro en un puente que nos acerque a los demás y nos ayude a conectar.[/piopialo]

 

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