Una vaca para Jasmine

Una vaca para Jasmine

Escuchamos o leemos historias porque estamos deseando conocer el final. ¿Pero importa tanto? Hoy os quiero contar dos historias sobre dos anillos, una con final y feliz y otra no.

[piopialo vcboxed=»1″]Las historias son tan cautivadoras porque el que lee o escucha está deseando conocer el final.[/piopialo]

El otro día, cenando con unas amigas, nos encontramos con una chica que nos dejó embelesadas con un relato:

Había estado bañándose en una playa de cantos rodados con una amiga y ésta perdió un anillo de oro macizo con un brillante de varios quilates.

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Además del valor económico, tenía un valor sentimental, puesto que había sido de su madre y no sé bien si de alguien más.

Lo estuvieron buscando toda la tarde por donde habían estado nadando, pero no lo encontraron y la mujer del anillo, que terminaba sus vacaciones al día siguiente, se tuvo que volver apenada a Madrid, dándolo por perdido.

La amiga, viéndola tan desolada, de vez en cuando volvía a esa playa, se ponía las gafas de bucear y miraba una y otra vez por el fondo de rocas.

Si has estado en una playa de cantos rodados y has visto cómo el agua los golpea y los remueve sabrás que encontrar algo ahí es una empresa que cualquiera daría por imposible, pero ella siguió yendo cada pocos días.

Además de perseverar en la búsqueda, decidió recurrir a una “ayudita” extra y hacerle una promesa a San Cucufato, pero no quería que fuera algo sin más, deseaba que tuviera sentido, que ayudara a alguien; nosotras escuchábamos atentas, pensando en otras promesas que hemos escuchado a lo largo de la vida: unos rezos, dinero, caminar hasta algún sitio lejano… pero nos quedamos pasmadas cuando nos dijo que le había prometido a San Cucufato que si encontraba el anillo le compraría una vaca a Jasmine, la persona que le ayuda en casa y que tiene una granja en un país lejano. Nos reímos. ¡Una vaca para Jasmine! Eso sí que era una promesa singular.

Pero no habría servido de nada, y no estaríamos hablando del tema si no hubiera seguido yendo cada dos o tres días y dedicando un buen rato a mirar.

La cuarta vez, además de buscar desde la superficie, se acercó al fondo y levantó algunas piedras.

Yo la escuchaba maravillada: ¿cómo elige uno qué piedras levantar cuando hay infinitas? Pues ella eligió bien porque debajo de la octava piedra que retiró apareció el anillo. Me lo imagino brillante, reluciente, ligeramente mecido por el vaivén de las olas, indiferente a la búsqueda y al encuentro.

Según salió del agua, le mandó a su amiga un mensaje que solo contenía una pequeña fotografía de su mano con el anillo puesto en el dedo anular. Imagino su sensación al introducir el dedo en la joya, sabiendo la ilusión que produciría el hallazgo:

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La foto real es mucho más auténtica e impresiona más, pero he puesto esta para que os hagáis una idea…

Y también imagino la sorpresa de su amiga al abrir el mensaje, esa alegría incrédula que nos desborda cuando sucede algo que ya dábamos por imposible y nos deja un poco atontados.

[piopialo vcboxed=»1″]Las buenas historias nos provocan reacciones y nos llevan a la reflexión.[/piopialo]

Nuestras caras, al conocer el final de la historia eran de júbilo y el pequeño relato nos dejó encandiladas y discutiendo sobre San Cucufato, San Antonio, el pensamiento positivo, el agnosticismo, la perseverancia…

Cada persona cree en cosas diferentes, incluso la no creencia es una forma de creencia, cada uno nos apoyamos en determinadas ideas para seguir adelante, para perseverar, para vivir, hay veces que nos ponemos excusas y veces que mantenemos la constancia para lograr aquello que buscamos, y tal vez sea importante encontrarlo, pero no siempre porque también existen distintas formas de ver cada final…

¿Cuántas veces habremos oído que alguna persona ha perdido un anillo sin encontrarlo después?, como es el caso de la otra historia que os quería contar sobre alguien que amaba a un tal Pepe.

Uno de los hijos de Salvador de Tudela encontró un anillo; no era de brillantes, era uno sencillo, de los de boda, y en su interior solo ponía Pepe 14-X-88.

Salvador se lo contó a su amigo Joan Clotet y ambos se embarcaron en una cruzada: encontrar a la mujer que lo había perdido.

Buscaron de todas las formas posibles: en el registro, en las parroquias, dando a conocer el hallazgo en diferentes foros… pero no la encontraron. Tal vez sea más fácil encontrar anillos que personas.

Ellos no lograron el final feliz que deseaban para su anillo, pero decidieron no dejar ahí la historia y escribieron el libro ¿Quién quiere a Pepe? y se asociaron con la Fundación Alzheimer Catalunya para que la historia le sirviera a todas las personas que poco a poco van perdiendo la memoria y los recuerdos de sus historias de amor. De hecho, parte de los derechos del libro son para la fundación.

Los enfermos de Alzheimer, como Jasmine, recibirán el apoyo de otros, y no sé si importa mucho el motivo, al final tienen más recursos para investigar o paliar los efectos de la enfermedad o una vaca más en la granja familiar, tampoco creo que importe mucho si el final de la historia es feliz o no, tal vez lo que importa es cómo nos relacionamos unos con otros, cómo nos ayudamos y eso sí… ¡el disfrute que supone contarlo y escucharlo!

Como leí en algún sitio:

[piopialo vcboxed=»1″]Si una historia no tiene final feliz, quizá es que todavía no ha terminado.[/piopialo]

Creo que en realidad no hay finales, solo “puntos y aparte” que nos ayudan a reflexionar y a seguir escribiendo, cada uno de nosotros, esa pequeña historia que forma parte de la gran historia de la humanidad, que forma parte de la vida, que no tiene historia, que simplemente es.

7 Comentarios

  1. Joan Clotet

    Muchas gracias por tu mención Natalia ! Como bien dices, perseverar en busca de un final feliz (especialmente al servicio de alguien) es un gran estímulo para hacer cosas memorables. Gracias en nombre de todos los que no podrán recordarnos.

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  2. José Daniel Calisto Garay

    Siempre es un gusto saludarte querida Natalia; hermosas y tiernas historias nos has contado, historias que son del diario vivir de cada uno de nosotros guarda como gran tesoro de la vida.
    De la primera se logró el éxito gracias a la perseverancia que es simplemente alcanzar un objetivo dejando de lado cualquier obstáculo que surja y luego gracias a la amistad que es la expresión misma de la de la generosidad, donde realmente se da sin esperar nada, pero se sabe que siempre vamos a ser acogidos.
    Tus historias nos invitan siempre a la meditación y permite buscar en ellas los valores humanos, que hoy están muy esquivos en el mundo. Felicitaciones.

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    • Natalia Gomez del Pozuelo

      Muchas gracias José Daniel, el gusto es mío, y como digo en el post, una de las «dulzuras» de la vida es compartir las historias.

      Un fuerte abrazo,

      Natalia

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  3. Guillem Recolons

    Buena historia, Natalia. A ver si te animas a novelarla, doy fe de que no se te da nada mal.
    Me encantó «El código del garbanzo», una historia que te empieza cautivando por el título y acaba siendo un relato de los que enganchan, fresco, fácil, breve y si me permites, con final feliz.

    Un abrazo!

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    • Natalia Gomez del Pozuelo

      Gracias Guillem,

      Lo del final feliz de «El código del garbanzo» depende del punto de vista 🙂 lo que sí es, como estos anillos, un final «redondito».

      Un fuerte abrazo y seguimos leyéndonos…

      Natalia

      Responder
  4. Sandra

    Hola Natalia, me ha emocionado especialmente este relato porque mi madre tiene Alzheimer. Y porque una vez me pasó algo parecido de viaje, en la parte arenosa del desierto de Nazca, en Perú, que mi amiga daba por perdido su anillo y «casualmente» lo encontré palpando muy, muy suavemente sobre la arena a nuestro alrededor. ¡Gracias por hacerme recordar este bonito detalle del viaje! Un abrazo, Sandra.

    Responder
    • Natalia Gomez del Pozuelo

      Gracias a ti, Sandra, por compartirlo. Me encanta la expresión «palpando muy, muy suavemente», a veces creemos que las cosas con rastrillo y método funcionan mejor, pero no tiene por qué ser así.

      Un fuerte abrazo,

      Natalia

      Responder

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